Al final, las marcas se merecen lo que les pasa. Tanto para bien como para mal. Lo vemos a diario cuando el nuevo consumidor atiza a compañías aéreas que dejan colgados a sus pasajeros, bancos que defraudan al pequeño ahorrador o teleoperadoras que mienten más que hablan.
A Lozano también le sucedía eso. Pero al revés. Es una marca noble y entrañable, que con el tiempo ha conseguido formar parte del contexto que comparte. Llevaba casi 40 años preocupándose por endulzar[desayunos, meriendas y sobremesas de grandes y pequeños. De respetar los procesos artesanales de elaboración de sus productos y de participar de la sociedad en la que está integrada. Tan preocupada estaba en los demás que durante un tiempo llegó a descuidarse de ella misma.
Quería volver a sentirse guapa, y no solo querida. Pero había demasiada desproporción entre el valor de marca y su representación gráfica. Sus productos habían hecho demasiado por nosotros y estaban demasiado ricos, como para no destacar en los lineales de los supermercados. Y eso era algo que se merecían.
Teníamos que dotar a la marca de equilibrio, gráfica y conceptualmente. Y lo primero fue actuar sobre su identidad visual, para que representara los atributos que históricamente la habían diferenciado: artesanía, tradición y calidad.