‘Silencio incómodo’ fue una de esas experiencias enriquecedoras que nos llevamos para siempre. Un mes de patearnos las calles y de conocer a fondo los problemas de la gente. Personas que perdieron o estaban en trámites de perder su hogar. Y su mala suerte, porque, cuando conoces sus historias, te das cuenta de que esos contratiempos que les abocaron a ello, podrían habernos pasado a cualquiera. Una concatenación de infortunios que te pone de patitas en la calle, sin trabajo, sin dinero y sin hogar.
Era necesario ese trabajo de campo. Porque solo explicándole a la gente sus historias iba a ser posible ajustarnos al (muy ambicioso) objetivo de la campaña: promover el alquiler social. Es decir, que los propietarios de inmuebles vacíos decidieran alquilarlos y hacerlo a un precio accesible (por debajo del precio de mercado, para que nos entendamos).
Y es que cientos de viviendas continúan vacías en la ciudad mientras cientos de personas siguen necesitando un hogar. Necesitábamos conectar con la gente, ese mágico ejercicio de ponerte en el pellejo del otro. Y conocer sus historias, era la única opción que teníamos. Empatía y poco más.
Todos deberíamos de visitar Cáritas, la PAH o un barrio marginal, al menos una vez en la vida. Y eso es precisamente lo que hicimos para conocer a Érika, Javier, Tamara y Jose, y después poder contarlo.